jueves, 3 de abril de 2014

39 Cantores solitarios

SERENATA A UNA CAUTIVA

En aquellos tiempos el almacén Sears Roebuck de Medellín quedaba en el local que hoy ocupa el almacén Éxito de Colombia, en la carrera 66 con la calle 49 del sector Suramericana, y Sears había dado nombre al barrio que rodea el lugar donde la sucursal de la cadena gringa se estableció. Era una noche de esas de guitarras y cantos al calor del aguardiente, sentados en el balcón de una de esas casas, y durante un receso vimos llegar a un muchacho veinteañero de más o menos nuestra edad que miraba con insistencia hacia una ventana; y, de pronto, empezó a entonar a capella “El romance del cacique y la cautiva” que acababa de grabar el cantante Oscar Golden. La voz conmovida del muchacho dejó oír a medianoche la letra “reclina, niña, tu frente sobre mí… /al ardiente mediodía cuando vierte su armonía el tuyú… /¿Qué más quieres, mi cristiana, para ti?”. Es posible que la voz no fuera la más timbrada y hasta me atrevería a decir que posiblemente la melodía no estaba bien entonada, pero nos conmovió la emotividad con que el muchacho quería decirle a su amada que la quería. No cantó sino esa sola canción, pero fue suficiente para nosotros… y quisiéramos creer que también lo fue para ella.


http://www.youtube.com/watch?v=6qCFDCtS9s0

SERENATA A UNA MUCHACHA

Otra vez fue un conocido bohemio que llegó hasta la ventana de su prometida que lo había despedido por su impenitente negativa a regenerarse. Cuando ya bordeaba la medianoche, quedábamos algunos de los muchachos de la cuadra que seríamos los últimos en irnos a acostar. Aunque evidentemente el hombre recién llegado estaba pasado de tragos y no reparó en los curiosos sentados en la acera del frente, entonó a capella y con buena voz:


Esa muchacha 
ya no está conmigo, 
y ni siquiera 
somos más amigos. 
He sufrido ya de más, 
sin poderme resignar; 
pero no, no, no le voy a hablar. 

Llora, no la esperes, 
llora tu dolor, 
corazón que mueres 
de pena y amor. 

Llora, no la esperes, 
llora tu dolor, 
corazón que mueres 
de pena y amor. 


https://soundcloud.com/orlando-ram-rez-casas/esa-muchacha-foxtrot-o-quir-z

Esa muchacha”, foxtrot con letra y música de Oscar Darío Kinleiner, interpretado por Omar Quiroz con la orquesta de Enrique Rodríguez.

Fue esa sola su canción. El tipo era un sinvergüenza, en opinión de las vecinas, pero también opinaban ellas que merecía ser perdonado solamente por haber dejado oír su voz de medianoche en esa queja.

SERENATA A UN AMOR YA IDO

Hace poco un amigo nos confesó que, por cosas de la vida, había terminado separándose de su mujer. “Ella tenía toda la razón”, nos dijo, “porque yo era un mujeriego de miedo”. Se fueron a vivir en casas separadas pero siguieron siendo buenos amigos. “Estaban de por medio los hijos pequeños”, nos aclaró. Entonces, por cosas de la vida, su mujer se vio reducida a una silla de ruedas. “Me dolía verla sufrir tanto. Ella no se merecía esa suerte”, nos dijo. Se convirtió entonces en el abnegado compañero que la cuidaba, mientras los hijos estaban en sus trabajos y en sus hogares; que la sacaba a dar una vuelta por el parque, atento a sus mínimas necesidades; que la cargaba en brazos para subirla a un taxi, y en brazos la bajaba para sentarla de nuevo en la silla de ruedas; que le hacía los masajes prescritos para paliar los maltratos de la prolongada reducción al lecho y a la silla de ruedas. Mucho tiempo tuvo él de reflexionar en lo que había sido su vida juntos y a lo que se había reducido ahora que ella no podía hablar, que no podía moverse, que dependía de él hasta para recibir unas pocas cucharadas de esa papilla que había terminado por ser su dieta alimenticia. “Cualquiera podía pensar que yo quería que se muriera, para que descansara ella y pudiera descansar yo; pero no, yo no quería que se muriera”. 




Murió. Había sido hospitalizada por una crisis y regresada a casa al cuidado de una enfermera terapista especializada en hacerle masajes de respiración pulmonar. La enfermera velaba en una silla mecedora al pie de la cama, atenta a cualquier requerimiento de su servicio, y él hacía vigilia en el sofá de la sala de recibo. De pronto, la tranquilidad de la noche se vio interrumpida cuando la enfermera le avisó que la verdadera mujer de su vida, la madre de sus hijos, acababa de morir. Todos se precipitaron hacia el cuarto, pero él pidió que lo dejaran solo con ella. Cerró sus párpados y le entrelazó las manos, como tenía una vaga intuición que debía de hacerse en esos casos. Entonces, en el silencio de la noche y en una sonoridad que debió poner en alerta al vecindario, se oyó su voz a capella cantándole su despedida a ese cuerpo que ya empezaba a enfriarse:


“Después que te perdí, vine a saber cuánto te amaba;
que sólo era feliz, cuando a tu lado me encontraba;
que toda mi alegría se esfumó con tu partida.
Que se acabó mi vida, pues mi vida fuiste tú”.

Es la última estrofa de un vals peruano de la autoría de las hermanas Joaquina y Serafina Quinteras, que tiene originalmente el título de “El ermitaño” con el que fue grabado por la peruana Jesús Vásquez (María Jesús Vásquez). En 1955 lo grabaron los ecuatorianos Hermanos Montecel (Mario y Lucas Montecel Cortez) con el título de “Madrecita”, y entre nosotros lo hizo conocer el ecuatoriano dueto de Los Embajadores (Carlos y Rafael Jervis). Estas son sus estrofas:

El ermitaño
Letra y música de Joaquina y Serafina Quinteras, interpretado por el dueto Los Embajadores:

http://www.youtube.com/watch?v=z3bR9tb4zYQ

Hoy, solo, en el silencio que invade el albergue donde vivo triste;
maldigo aquel pasado que llena mi vida de arrepentimiento. 
Me he vuelto un ermitaño por el mal que a ti te he hecho 
y busco en el retiro un consuelo en mi vivir.

Te pido, de rodillas, santa madrecita de mi vida errante.
Te ruego que mitigues la amargura horrible de mi sufrimiento
para que Dios me otorgue su perdón y que al momento
me transporte a tu lado para eternamente estar cerca de ti.

Después que te perdí vine a saber cuánto te amaba,
que sólo era feliz cuando a tu lado me encontraba,
que toda mi alegría se esfumó con tu partida.
Que se acabó mi vida, pues mi vida fuiste tú.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

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