viernes, 25 de abril de 2014

47. Gregorio Gutiérrez González, ¿Por qué no cantas?

El poeta Gregorio Gutiérrez González, autor de las “Memorias sobre el cultivo del maíz”, quien afirmaba que "como sólo para Antioquia escribo, yo no escribo español, sino antioqueño", nació en La Ceja del Tambo en el año de 1826, y pertenecía a la rica familia de don Juan de Dios Aranzazu, pero fue un hombre pobre que ejerció como abogado para ganarse la vida y vivió con dignidad, apreciado por la sociedad y admirado por sus contemporáneos, a pesar de haber tenido momentos de afugias económicas que no llegaron a apabullar su autoestima. En 1848 el Dr. R. Cheyne, un médico inglés que lo atendió en Bogotá, le diagnosticó a Gutiérrez González una enfermedad terminal y le pronosticó a lo sumo un año más de vida, lo que sumió al poeta en una depresión; pero sobrevivió veinticuatro años a ese que resultó ser un diagnóstico equivocado y mal pronóstico. No fue hombre afortunado en los negocios y al morir en 1872, en su casa de lo que hoy es la carrera Carabobo con la calle Juanambú, su familia hizo malabares para costear los gastos del entierro, así éste hubiera estado presidido por dos obispos, incluído su cuñado Monseñor José Joaquín Isaza Ruiz, y un séquito fúnebre, encabezado por su amigo el Dr. Pedro Justo Berrío, lo hubiera acompañado con honores de patricio hasta el ala sur del cementerio de San Lorenzo, que ya para ese momento era el de los pobres, enfrentado al cementerio de San Pedro que se conocía como el cementerio de los ricos. A juzgar por la dirección de la casa en que murió, era vecina del primer cementerio que tuvo Medellín en El Chagualo.

Gutiérrez no era un hombre apuesto, y una espalda gibosa acentuaba su delgadez y su andar desgarbado; pero la fluidez de su palabra seducía. Por el año de 1850 se casó con Juliana Isaza Ruiz, su Julia a quien dedica varios de sus poemas (“Juntos tú y yo vinimos a la vida, /llena tú de hermosura y yo de amor; /a ti vencido yo, tú a mí vencida; /nos hallamos por fin juntos los dos”). En sus obras completas hay poemas dedicados a Temilda, la bella joven bogotana por quien el enamorado y enamoradizo GGG se apasionó con un amor sin esperanzas, a pesar (o a causa) de la coquetería de la chica que en últimas se casó con otro. De ella se despidió cuando creyó que ya su muerte era inminente y regresó a Antioquia buscando aquí el reposo (“Adiós, Temilda, el caprichoso mundo /ya de mi vista ocultará sus galas. /El nuevo sol alumbrará un sepulcro, /y un hombre menos lo verá mañana”). Fue músico que llevó serenatas en compañía del cantor y guitarrista Félix Mejía, entre ellas una contratada por Eleázar Marulanda Otero, un joven que después se hizo sacerdote y fue cura de Andes, para una joven que estaba de paseo en una finca apartada adonde se llegaba por el camino carretero de El Guayabal en la Otrabanda, y correspondía a lo que hoy en día es el barrio de Belén; serenata que se dio, al decir de don Benigno A. Gutiérrez, en una infame “noche de lluvia por entre fangales” que recorrieron por ese camino pantanoso pero valió la pena porque al llegar “al pie de la ventana de la novia se oyó una bellísima canción cuyos versos improvisaba Gutiérrez mientras Mejía cantaba. No recuerdo sino esta estrofa y eso que, para ayudar a mi memoria, hace rato que estoy tarareando pasito: “Un porvenir de dicha y de ventura /ha reservado bondadoso Dios; /para ti, para mí, donde a tus plantas /seré feliz con tu mirada yo”.

Gutiérrez González fue amigo de Domingo Díaz-Granados González, su colega poeta nacido en Medellín en 1835 y fallecido en Barranquilla en 1868. Abogado prestigioso, Díaz Granados no fue lo que se diría un gran poeta, pero llevado por los sentimientos de su amistad, y en vista de que Gutiérrez González escribió muy poco y publicó prácticamente nada entre los años de 1848 y 1858, se resolvió a hacerle el reclamo en la forma en la que los poetas se entendían: en verso. Hay que tener en cuenta que en aquellos años en que no había Internet y no había telefonía y ni siquiera había oficinas de correos, las comunicaciones se daban con cartas y esquelas llevadas por mensajeros que tardaban varios días en llegar a su destino y hasta semanas en ser respondidas. Casi no consigo el poema original de este reclamo de Domingo Díaz-Granados que se titula “¿Por qué no cantas?”, que bien pudo pasar desapercibido si en su respuesta Gregorio Gutiérrez González no se hubiera fajado un poema de nivel sublime que tituló “Por qué no canto”. De "¿Por qué no cantas?" dice Gilberto E. Díaz-Granados Molina en la genealogía de la familia que sus versos están "escritos en un metro que fatiga a la larga, mezcla de esdrújulos y agudos". En cuanto a "Por qué no canto" es conocido y se encuentra en las obras completas del poeta de las tres Gees. Pasé varias tardes buscando el "¿Por qué no cantas?" en la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto (BPP) de Medellín donde recordaba haberlo leído en mi adolescencia. No pude encontrarlo. Vine a hallarlo, casi por casualidad, en un portal de ayuda para estudiantes denominado Wikitareanet. Estaba escrito en renglón seguido, y tuve que hacer una tarea de reconstrucción en la que seguramente cometí muchos errores, pero ahí está su registro para tratar de que no se convierta en pieza arqueológica de imposible consecución para las generaciones venideras. 

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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¿POR QUÉ NO CANTAS?
A mi amigo el señor Gregorio Gutiérrez González
Domingo Díaz-Granados González

Niño era yo, cuando por vez primera
el son dulcísimo de tu arpa oí;
y al escuchar tu trova lastimera
ardiente lágrima correr sentí.

Tu canto era una queja, era un gemido
hondo, tristísimo ¡desgarrador!
Grito infeliz de un corazón herido
que lucha exánime con el dolor.

Grande era tu pesar, como tu suerte;
triste tu cítara, triste tu voz.
Era que el cisne, en su canción de muerte,
daba a los céfiros su último adiós.

¡Yo te amé, desde entonces!
Mi alma inquieta guardó tus cánticos,
y sin cesar los nombres de Temilda y su poeta
fueron dos ídolos sobre el altar.
Tu voz de alondra enmudeció
y tu lira, tu lira armónica, calló.
¿Por qué?
¿De amor, acaso, la sangrienta pira
mató tu espíritu, mató tu fe?

¿Acaso ya sin esperanza alguna
tu alma, en un piélago de hiel, se hundió;
y, entregada al vaivén de la fortuna
su impulso de águila, su fuerza, ahogó?

¿Acaso al ver, en juventud temprana,
veloz al féretro tu pie rodar;
sentiste huir la inspiración galana
en sombras lúgubres de cruel pesar?

Sólo sé que, al murmullo de los vientos,
febril y trémula tu voz perdí.
Otras voces oí, y otros acentos,
pero tus célicas trovas no oí.

Largo tiempo a la brisa de occidente
pedí tus cántigas con inquietud;
mas, nunca hallaba en su rumor doliente
la dulce música de tu laúd.

Al fin, en alas de esa misma brisa,
tu voz magnífica vibrar se oyó;
el Fénix renació de sus cenizas,
y en trinos plácidos su canto alzó.

¡Cantaste! En mil perfumes derramadas
pobló los ámbitos tu inspiración;
y el bello nombre de tu Julia amada
vagó entre céfiros en un dulce son.

¡Cantaste! En melodiosas vibraciones
el son dulcísimo de tu arpa oí,
y al candente rumor de tus canciones
llena de júbilo mi alma sentí.

¡Canta! Cual antes fáciles brotaron,
broten tus cánticos en multitud.
¡Canta! Y olvida que por ti sonaron
las cuerdas ásperas de otro laúd.

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¿POR QUÉ NO CANTO?
A mi amigo el señor Domingo Díaz Granados
Gregorio Gutiérrez González

¿Por qué no canto? ¿Has visto a la paloma
que, cuando asoma en el oriente el sol,
con tierno arrullo su canción levanta;
y alegre canta la dulce aurora de su dulce amor?
Y ¿No la has visto, cuando el sol avanza,
y ardiente lanza rayos del cenit,
que fatigada tiende, silenciosa,
la ala amorosa sobre su nido,
y calla, y es feliz?
Todos cantamos en la edad primera
cuando, hechicera, sonríenos la edad;
y publicamos necios, indiscretos,
muchos secretos que nuestro pecho debería guardar.
Cuando al encuentro del placer salimos,
cuando sentimos el primer amor,
entusiasmados de emoción cantamos
y evaporamos nuestra dicha al compás de una canción.
Pero, después, nuestro placer guardamos,
como ocultamos el mayor pesar;
porque es mejor en soledad el llanto
y crece tanto nuestra dicha en humilde oscuridad.
Sólo en oscuro y retirado asilo
puede, tranquilo, el corazón gozar.
Sólo en secreto sus favores presta,
siempre modesta, la que el hombre llamó felicidad.
¿Conoces, tú, la flor de batatilla;
la flor sencilla, la modesta flor?
Así es la dicha que mi labio nombra:
Crece en la sombra; mas, se marchita con la luz del sol.
Debe cantar el que en su pecho siente
que brota, ardiente, su primer amor.
Debe cantar el corazón que, herido,
llora afligido; si ha de ser, inmortal, su inspiración.
Porque la lira en cuyo pie grabado
un nombre amado por nosotros fue;
debe a los cielos levantar sus notas,
o hacer que rotas todas sus cuerdas para siempre estén,
Pero cantar cuando insegura y muerta
la voz incierta triste sonará;
pero cantar cuando jamás se eleva
y al aire lleva perdida la canción; ¡Triste es cantar!
Triste es cantar cuando se escucha al lado
de enamorado trovador la voz;
triste es cantar cuando, impotentes, vemos
que nuestras voces no podemos unir a su canción.
Mas, ¡Tú debes cantar! Tú, con tu acento,
al sentimiento más nobleza das.
Tus versos pueden, fáciles y tiernos,
hacer eternos tu nombre y tu laúd.
¡Debes cantar! Canta,
y arrulle tu canción sabrosa
mi silenciosa y humilde oscuridad.
¡Canta!, que es sólo a los aplausos dado,
con eco prolongado, tu voz interrumpir.
¡Debes cantar! Pero no puedes, como yo he podido,
en el olvido sepultarte tú
que sin cesar, y por doquier, resuenas;
y el aire llena la dulce vibración de tu laúd.
No hay sombras para ti. Como el cocuyo,
el genio tuyo ostenta su fanal;
y huyendo de la luz, la luz llevando,
sigue alumbrando las mismas sombras que buscando va.


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