DEL CONTENTO A GERONA Y EL CAMBRAY
–Recorrido por la barriada–
En principio, en el Medellín de principios del siglo XIX, no era sino el Sitio de San Lorenzo; y después fueron los barrios de San Benito, y El Oriente (San Lorenzo). Luego, para finales del siglo XIX vino Campo Alegre, que la gente transformó en Buenos Aires por culpa de una cantina que había en la entrada; y luego, ya a principios del siglo XX, fueron surgiendo El Salvador del Mundo, que recibió su nombre por la imagen instalada en el morro en el año de 1917 para pedir por el fin de la primera guerra mundial; el barrio Quijano, que recibió su nombre por don Camilo el propietario de esos terrenos, pero la gente lo cambió por Virgen de la Medalla Milagrosa debido a la advocación de la iglesia que se inauguró en ese lugar; el barrio Miraflores, por la finca que había antes de convertirse en barrio; el barrio Alejandro Echavarría recibió el suyo por el fundador de Coltejer, la empresa que lo patrocinó; San Ignacio de Loyola, por los jesuitas que fueron dueños del terreno, y otros, y otros, y otros, hasta convertirse en la comuna 9 con Buenos Aires como eje y los demás barrios a su alrededor. Hay caseríos desde mucho antes, en el siglo XVIII, construidos por trabajadores de las fincas vecinas y ubicados a lado y lado de las vías de salida, como decir el de la bocatoma que quedó abreviado en La Toma y se instaló a lado y lado de la quebrada Santa Elena en la salida para Rionegro. Las gentes no quisieron cambiarle el nombre por Cayzedo, y tuvieron que construir un barrio más arriba para que el arzobispo no se quedara sin su homenaje. Como decir Nuestra Señora de Loreto en la salida para Las Palmas, que dejó de ser caserío para convertirse en barrio. Como decir El Vergel, en la subida por El Cuchillón. Como decir Las Palmas, en la falda de San Diego, en cuya iglesia no se instaló San Diego sino la Virgen de El Pilar. Caseríos que en el transcurso crecieron y se convirtieron en barrios con identidad propia.
Hay un caserío en la subida de El Cuchillón que en 1874, cuando nació el barrio de Buenos Aires, ya tenía identidad; caserío instalado en los alrededores de las partidas o bifurcación de caminos hacia El Vergel y hacia Loreto, habitado por trabajadores de las fincas vecinas como decir la de los Barrientos Zuláibar, adonde se llegaba por la vía que hoy es carrera Barrientos; la de don Camilo Quijano, que dio origen al barrio Municipal; la Polca, de don Marcelino Restrepo Restrepo, que antes fue Manga de la quebrada La India y hoy es la urbanización Cataluña; la de Betania, donde hoy está el Batallón Bomboná; las de Miraflores y El Cuchillón del Contento, de don Carlos Coriolano Amador. El Contento. Así se llamaba ese barrio en 1886, cuando don Carlos J. Escobar Montoya lo reseñó, que tenía como vecina una manga que el Banco de Antioquia recibió como parte de pago en la quiebra de don Modesto Molina y las gentes denominaron Manga del Banco hasta que un rico de Medellín la adquirió y construyó en ella un barrio al que dio su nombre: el barrio Ramón Restrepo; nombre que por estar constituido por solamente dos o tres manzanas se lo tragó el urbanismo del barrio Buenos Aires. Pasando el tiempo, ya para principios de la década de 1920, en lo que fue el barrio El Contento construyó don Manuel José “Majalc” Álvarez Carrasquilla un barrio al que dio el españolizado nombre de “Gerona” y ¡suaz!, los habitantes de los alrededores prefirieron decir que eran de Gerona y no de El Contento, porque Gerona tenía más cachet; y Gerona empezó a llamarse toda la subida de El Cuchillón desde Cuatro Esquinas por cuenta de los buses de transporte llegados en la década de 1950 que se identificaban con un vistoso letrero de “Flota Gerona-La Milagrosa”. La flota se encargó de ampliar las cuatro manzanas, y el punto de referencia pasó a ser otra cantina de los alrededores: la de El Cambray.
Caminando con nuestros acompañantes, ya en el siglo XXI, llegamos a la legendaria esquina del barrio Gerona en la confluencia de los barrios La Milagrosa (antes barrio Quijano), Buenos Aires (antes barrio Campo Alegre o del Oriente), y El Salvador (del mundo). En 1925, cuando falleció su constructor don Manuel José Álvarez Carrasquilla, ya se había conseguido que el municipio dotara a Gerona de un acueducto tomado de la quebrada Santa Lucía en su desembocadura sobre la Santa Elena, y construido en el alto de la finca La María de don Camilo Quijano. El Gerona de don Majalc lindaba con el sitio denominado El Cambray, que era una esquina en el camino de salida hacia Loreto (calle 34 con carrera 45), constituido en zona de tolerancia por haberse instalado allí las cantinas de El Cambray, que dio nombre al lugar; Cachafaz, que quedaba al frente; la de La Mona Bajera, más abajo por la misma acera; y la de La Mona Bravo, que quedaba en diagonal. Estaban también el salón de baile de don Miguel Aristizábal, y el de don Fidel Cano el cantinero. Eran lugares de vicio por el licor, por el baile, por el juego, por la fumadera de estupefacientes, por las casas de prostitución, y por las peleas con arma blanca que se armaban a cada nada en una vocación que el sitio había heredado desde los tiempos de El Contento; según cuenta don Carlos J. Escobar Montoya en una de sus crónicas en la que tengo mis sospechas de que la quebrada a la que se refería no era La Palencia, que baja por el barrio de El Salvador y pasa por la Manga del Mosco y por Cuatro Esquinas; sino La Cangrejita que baja por el parque del barrio de La Milagrosa y pasa por debajo de la manzana de las calles Bomboná y Martínez Pardo, entre carreras de Botero Uribe y Mejía Peláez. A ésta le queda más fácil bajar que a la otra subir hasta El Cambray.
A menos que yo esté haciendo una mala lectura de su descripción, y él hubiera situado los límites del barrio El Contento desde la desembocadura de la quebrada La Palencia en la Santa Elena, por los lados de la carrera El Palo con la avenida La Playa; subiendo por la vía de El Cuchillón, como si fuera el espinazo de una columna vertebral; hasta la Manga del Banco que es el lote que se convirtió en Barrio Ramón Restrepo. En ese caso, él habla de lo que era la hacienda del Cuchillón del Contento que llegaba hasta lo que es el Seminario Mayor en los altos de Loreto.
A menos que yo esté haciendo una mala lectura de su descripción, y él hubiera situado los límites del barrio El Contento desde la desembocadura de la quebrada La Palencia en la Santa Elena, por los lados de la carrera El Palo con la avenida La Playa; subiendo por la vía de El Cuchillón, como si fuera el espinazo de una columna vertebral; hasta la Manga del Banco que es el lote que se convirtió en Barrio Ramón Restrepo. En ese caso, él habla de lo que era la hacienda del Cuchillón del Contento que llegaba hasta lo que es el Seminario Mayor en los altos de Loreto.
Del libro “Medellín hace 60 años –en 1886–”
publicado por Carlos J. Escobar Montoya en el año de 1946
capítulo
“Lo que era el barrio el Contento antes de ser Gerona”
(Fragmento)
Vamos a hablar de lo que fue el barrio del "Contento", hoy "Gerona" o "Cuchillón" de "Loreto"; el que en la época a que nos referimos, no era ni barrio, ni "contento", sino un lugar tan triste que daba hasta miedo transitar por él, ya que sólo se componía de zanjas peligrosas, pantanos profundos, de enormes piedras y de extensas mangas las que subían hasta la "Polca", finca perteneciente a don Marcelino Restrepo Restrepo (padre de Vicente y Pastor Restrepo Maya) y la que ocupaba un gran terreno que empezaba en la dicha finca y se prolongaba hasta la cima del alto de Santa Elena; llamado todo aquel terreno el alto de las "Palmas", y de varios ranchos habitados por gente de mal gusto y hasta peligrosa, entre ella la familia de los cojos Torres de quienes se decía que ellos fueron los asesinos de don Víctor Molina en el tiempo del Gobierno del General Tomás Rengifo. El mencionado barrio del "Contento" empezaba en la desembocadura de la quebrada "La Palencia", la que después de bañar casi todas aquellas mangas o llanuras, se recogía un poco para dar salida, en el lugar en donde en la actualidad está la cantina llamada "Cambray". Seguía, de para arriba, el lugar que más tarde ocupó la "Manga del Banco" (de Antioquia) donde había un salón sobre tapias y con tejas cuyo único servicio era el de recibir, todos los sábados, a los desocupados del "Loreto", pero que fueran del mismo barrio, pues ay del forastero que entrara a ese salón sin ser invitado. Allí se bailaban vueltas al compás de la guabina, el cual era rectangular, con cuatro puertas, dos adelante y dos atrás, las que daban, éstas, salida a la manga, y el que era alumbrado en las noches de parranda con cuatro candiles, así llamados cuatro platos de barro llenos de sebo o de gordana envolviendo un mechón de trapo en medio del plato. En aquel retirado sitio separado del área de la población, se bailaba, se cantaban trovas, se bebía aguardiente de contrabando, y a la media noche apagados los candiles se peleaban a lo lindo o sea a puro machete, de cuya reyerta, siempre resultaban tres o cuatro heridos los que eran recogidos por los empleados municipales que componían el cuarto de ronda, cuando alguno les daba el parte de lo ocurrido; heridos que eran conducidos al único anfiteatro que había cerca al hospital de "San Juan de Dios", pues en aquel tiempo no se conocía ni había Cuerpo de Policía, ni Permanencia, ni Policlínica; después de salir con aquellos al barrio de Buenos Aires, saltando por encima de chambas y muchas veces navegando sobre las aguas de la quebrada "La Palencia". Las pocas casas de paja que había, en lo que fue el "Contento", estaban a tan larga distancia las unas de las otras que sólo se oía el sordo murmullo de la corriente de la citada quebrada.
Casa campesina antioqueña
Don Humberto y don Arturo Gaviria, hijos del rico del vecindario don Bonifacio Gaviria, eran los dueños de la cantina El Cambray. Vivía su padre en una casa finca de estilo campesino, con amplios corredores, rodeada de mangas con sembrados de jardines, árboles frutales, y hortalizas; y adornada con animales exóticos como micos, loros, y pavos reales. Para los días de mi niñez, era la suya una finca en medio de la ciudad, rodeada de manzanas urbanizadas. Siendo él constructor de profesión, había construido una ristra de casas entre la cantina y su vivienda, tanto por la vía de adelante como por la de atrás, destinadas a percibir alquiler para tener una renta que le permitiera vivir cómodamente. Claro que esas eran apenas algunas entre sus numerosas inversiones de negociante y entradas de dinero. Su hijo Humberto se encarriló por el oficio de cantinero, y su hijo Arturo optó por volverse transportador de carga y propietario de camiones. Algunas de las casas que construyó a su alrededor se conservan, pero la mayoría han sido reformadas, empezando por su vivienda que desapareció para dar lugar al edificio “Caminos de San Patricio” en la carrera 33 con calle 44, que con sus 25 pisos es una torre que sobresale del conjunto de construcciones del sector. Desde la terraza se divisan en toda su extensión los barrios Gerona, El Salvador, La Milagrosa, y Buenos Aires; para hablar de los más cercanos. Amén de Boston, Sucre, el centro de la ciudad, y otros, que también se divisan desde allí junto con los cerros tutelares de Pan de Azúcar, El Salvador, La Asomadera, Nutibara, El Volador y El Picacho. Es un mirador privilegiado, como si se tratara de la torre de control de vuelos de un aeropuerto.
Don Humberto y don Arturo Gaviria, hijos del rico del vecindario don Bonifacio Gaviria, eran los dueños de la cantina El Cambray. Vivía su padre en una casa finca de estilo campesino, con amplios corredores, rodeada de mangas con sembrados de jardines, árboles frutales, y hortalizas; y adornada con animales exóticos como micos, loros, y pavos reales. Para los días de mi niñez, era la suya una finca en medio de la ciudad, rodeada de manzanas urbanizadas. Siendo él constructor de profesión, había construido una ristra de casas entre la cantina y su vivienda, tanto por la vía de adelante como por la de atrás, destinadas a percibir alquiler para tener una renta que le permitiera vivir cómodamente. Claro que esas eran apenas algunas entre sus numerosas inversiones de negociante y entradas de dinero. Su hijo Humberto se encarriló por el oficio de cantinero, y su hijo Arturo optó por volverse transportador de carga y propietario de camiones. Algunas de las casas que construyó a su alrededor se conservan, pero la mayoría han sido reformadas, empezando por su vivienda que desapareció para dar lugar al edificio “Caminos de San Patricio” en la carrera 33 con calle 44, que con sus 25 pisos es una torre que sobresale del conjunto de construcciones del sector. Desde la terraza se divisan en toda su extensión los barrios Gerona, El Salvador, La Milagrosa, y Buenos Aires; para hablar de los más cercanos. Amén de Boston, Sucre, el centro de la ciudad, y otros, que también se divisan desde allí junto con los cerros tutelares de Pan de Azúcar, El Salvador, La Asomadera, Nutibara, El Volador y El Picacho. Es un mirador privilegiado, como si se tratara de la torre de control de vuelos de un aeropuerto.
“Recuerdo a don Bonifacio”, nos dice don Ricardo Carrasquilla, un lúcido hombre de 86 años de edad, “porque yo era un niño de cuatro o cinco años que vivía en una de las casas alquiladas por él, y él me llevaba para la suya para que yo me entretuviera con los animales y montando en las hamacas que tenía colgadas en el corredor". Lo conoció don Ricardo, pues, a comienzos de la década de 1930. “Él me veía en El Cambray y me decía: vamos para la casa, mijo, que estos no son lugares para que un muchacho ande por ahí aprendiendo pernicias”.
“Tengo muchos años de vida, pero no tantos como tiene don Ricardo”, nos dijo doña Rosa Molina. “Yo tenía una tienda mixta en el camino de Loreto, cerca de la tienda de Merejo, tres cuadras arriba de El Cambray, que la llamaban La Colchonería porque enseguida había una tapicería que arrumaba colchones a la entrada. La atendíamos mi esposo y yo a comienzos de la década de los 80. Una vez entró un señor a la carrera, porque venía perseguido por un maleante que le decíamos el Mocho Pelusa. Le faltaba la mano izquierda, pero con la derecha era un cuchillero de miedo. Pelusa lo alcanzó y le propinó tres puñaladas dentro de mi negocio, y se salió para la calle a desafiarlo y a esperar a que saliera, pero el herido ya no podía porque estaba desangrándose en el piso. No sabíamos qué hacer ¿Cómo íbamos a dejar que ese señor se muriera allí tirado, con el perjuicio del levantamiento del cadáver y la reconstrucción del crimen, y las idas a testimoniar y tener que reconocer al homicida delante del juez, y todas esas cosas que lo perjudican a uno? Un muerto le trae sal a cualquier negocio, y yo me iba enloqueciendo. Entonces entró una muchacha de vestido rosado claro, de piel blanca como resplandeciente, y me pidió una gaseosa. Miró al herido sin asustarse y me dijo con voz firme y segura: sáquelo para la calle a que muera allá, para que no se perjudique. No se preocupe por el bandido, que él a usted no le hace nada. Y así fue. Mi esposo y yo lo sacamos, el bandido se ensañó con el herido y le propinó como cuarenta puñaladas más, y luego me entregó el cuchillo mansamente. El Inspector Absalón –Treintazo– Vargas Zapata llegó a hacer el levantamiento del cadáver, pero cuando le vio la cara al difunto lo reconoció por sus antecedentes y lo único que dijo fue que ese tipo era un bandido y que antes había durado mucho. Lo raro es que el homicida me entregó el arma y se fue, dejando el cadáver tirado en parte sobre la calle y en parte sobre la acera, y yo me devolví para el negocio pero, cuando entré, la muchacha se había ido sin consumir la gaseosa ni pagar la cuenta. Nosotros no la conocíamos, nadie la conocía, nadie nos supo dar razón, y no la volvimos a ver. Para mí, fue un ángel del cielo que se nos apareció para ayudarnos en ese trance”.
Arnulfo Sánchez, músico de profesión, tiene su casa en lo que antes fue la Manga del Míster (Herr Leonard Steinecker)(1). “Pero he vivido por estos lados toda la vida”, nos confesó. “Ese Pelusa que menciona doña Rosa es distinto del que usted y yo conocimos en el Cambray. A nosotros nos tocó fue la época del otro Pelusa, la de Huevo el malo, la de Santiago Calabozo, y todos esos otros. Yo supe la que hizo Santiago Calabozo jugando cartas en la esquina del café El Machete con un amigo que se quejaba de que las mujeres jodían mucho, entonces le hizo una propuesta, así, de buenas a primeras. Sabe qué, hermano, ¿Usted es verraco? ¡Vamos a matar a la mujer, yo mato a la mía y usted mata a la suya! El otro aceptó, y Santiago Calabozo cogió la mujer de él a puñaladas y después se fue para donde el amigo. ¿Q´hiubo, hermano, ya cumplió con el pacto? No, hermano, no fui capaz. Pues, usted no será capaz, pero yo sí. Entonces apuñaló al amigo y apuñaló a la mujer del amigo antes de irse a la cárcel a pagar los tres cadáveres que se quiso llevar de ventolera. Eso salió en Sucesos Sensacionales”.
El Cambray fue de gente tenebrosa, que convirtió el lugar en una zozobra; rodeada de buena gente, humilde y trabajadora, que logró sobrevivir a esas épocas de violencia. “Esto ahora está muy tranquilo”, me dijeron, “y uno puede recorrer las calles sin problema. Menos mal que a usted no le tocó la época brava”.
Sí me tocó. A finales de los 50, y principios de los 60, viví frente al Patronato de Obreras, a la vuelta de El Cambray. También fui testigo de la época de la violencia sana, y digo sana porque después de los 80 los matones cambiaron los cuchillos por las pistolas y las metralletas. Hizo su aparición la violencia del traqueteo y el sicariato que, para fortuna de todos, ya parece superada.
Ya para finalizar la rebujada del baúl de los recuerdos don Ricardo Carrasquilla recordó un verso que le tenían a Gerona hace tiempos:
Cinco negros tiene Gerona
que causan admiración:
Tulio Cristo, Cuco, Pipe,
Pelusa, y El Cabezón.
Entonces qué, don Ricardo, ¿Todo tiempo pasado fue mejor? “No señor, yo no diría eso. Para mí son mejores los tiempos de ahora porque por lo menos podemos vivir más tranquilos”.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
(1) Dato tomado del libro “Buenos Aires, portón de Medellín”, Sílaba Editores 2009, escrito por Orlando Ramírez-Casas.
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