Dice la escritora chilena Isabel Allende que “las mujeres tienen el punto G en el oído, y quien busque más abajo pierde el tiempo”. Es autora de la novela histórica “Inés del alma mía” en la que narra las aventuras matrimoniales y extramatrimoniales de doña Inés Suárez en los años del Descubrimiento y la Conquista de América, de su finado esposo don Juan de Málaga, y de su viudez que la llevó a los brazos de don Pedro de Valdivia; novela cuyo título tomó prestado la Sra. Allende de Doña Inés de Ulloa, otra famosa conquistadora que le puso el tatequieto al Don Juan Tenorio de José Zorrilla.
(todas las imágenes son bajadas de Internet)
No caben dudas de que, como dijo alguno, “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”; y así lo descubrieron los franceses al decir que, ante cualquier hecho, en primer lugar “Cherchez la femme”.
Si un hombre se comporta de forma inusual, o de una manera inexplicable, es porque está tratando de encubrir su relación con una mujer, o tratando de impresionar y ganar el favor de alguna. La expresión proviene de la novela de Alejandro Dumas (padre) titulada “Los mohicanos de París” (1854) y la primera vez que se usa en la novela se lee: ¡Cherchez la femme, pardieu, cherchez la femme! (Wikipedia)
El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, y van mis felicitaciones para todas las mujeres que en el mundo han sido, y son, parte de esta minoría; minoría que no lo es porque, según datos de Population Reference Bureau, “A nivel de todo el planeta el tanto por ciento de hombres y mujeres que nacen está muy equilibrado y podríamos decir que hay un empate técnico: 50,34% hombres y 49,66% mujeres”. Un 0.68% de diferencia en una población que pasa de 7.000 millones de personas es absolutamente despreciable. Estamos empatados y tengo un reclamo para hacer: ¿En dónde están las 7 mujeres que supuestamente le corresponden a cada hombre? Ese cuento se lo inventó yo no sé quién, y yo me lo creí. ¡Ah, bobo! Por mucho tiempo he venido pensando que el mundo me debe por lo menos cuatro o cinco, pero ahora resulta que soy yo el que le salgo a deber al mundo.
No soy amigo de resaltar el sin fin de días internacionales de cualquier cosa, incluido el del orgullo gay extendido a toda la población LGTB; y el de todas las profesiones habidas y por haber, incluido el Día Mundial del Archivista que se celebra el 8 de junio. En cuanto al Día Internacional de la Mujer, tiene connotaciones especiales.
http://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_Internacional_de_la_Mujer
Una de las razones para que la fecha tenga relevancia es que coincide con el aniversario de una tragedia que tuvo repercusiones por haberse incendiado en Nueva York una fábrica de camisas llena de obreras inmigrantes que trabajaban allí como costureras y no pudieron salir porque las tenían encerradas con candado. Se achicharraron. ¡Fuck, guy!, como dicen los vecinos de Harlem.
Me sorprende el curioso origen de la palabra inglesa “fuck”, que equivale al verbo joder en la connotación que le dan los españoles de fornicar, puesto que la palabra anglomaldiciente tiene otra connotación que en español equivale a las exclamaciones ¡mierda, compa! (región caribe colombiana); ¡home, no jodás! (región paisa colombiana); ¡coño, chaval! (España); ¡cónchale, vale! (Venezuela); ¡órale, buey! (México); ¡che, la puta! (Argentina).
Según leí, la palabra inglesa es una sigla medieval de cuando los vasallos tenían que pedir permiso y pagar tributo al Rey, en los tiempos del derecho de pernada, para poder casarse e irse de luna de miel. El Rey se los concedía en un documento que pegaban en la puerta para que nadie los molestara porque estaban Fornicating Under Consent of the King, o sea que fornicaban con permiso del Rey. Esa palabra fuck en inglés es tan malsonante que muchos, para no pronunciarla, la llaman eufemísticamente “la palabra F” (the word F).
En España el verbo joder es un verbo de esconder en la conversación cuando hay niños cerca; pero entre nosotros no, puesto que para nosotros ese verbo equivale a molestar, fastidiar, importunar, celar, echar cantaleta, según el dicho machista que a veces repito de “mujer que no jode es hombre, y si no cela es porque tiene mozo” (mozo, en este caso, equivale a un amante clandestino).
No fue el humorista Groucho Marx el primero que dijo la frase, pero sí fue el que le dio un interesante giro al decir que: “Detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer… y detrás de ella está la traicionada esposa”.
A veces en mis dichos o en mis escritos coloquiales doy la impresión de ser machista, cuando en realidad no lo soy. Todo lo contrario, soy partidario de defender los derechos de la mujer, y me alegra que hayan alcanzado el derecho al voto, llegando a la presidencia de sus países, y obteniendo altos logros en la vida laboral. Eso me gusta, como también no sólo practico la democracia e igualdad de derechos en el hogar sino que considero que hay aspectos en los que la mujer lo hace mejor que uno. En mi casa mercar es un privilegio de mi señora, y administrar la economía familiar también lo es. Ella es mucho mejor administradora del presupuesto hogareño que yo. Es también la que conduce el automóvil porque lo hace mejor que yo, que ya no tengo licencia de conducción porque mis amigos me consideraban un peligro al volante y me vetaron para esa labor. Es ella, también, la que tiene el control de la televisión porque quien manda, manda.
Así es que considero una injusticia el papel secundario al que fue sometida culturalmente la mujer por siglos y milenios; y en este caso particular me refiero al de las mujeres que acompañaron a los descubridores, conquistadores, y colonizadores de América. Pareciera que ellas no existieron, y que viajaron hombres solos a la conquista, expropiación, y expoliación de las indígenas nativas. La Historia, escrita por historiadores, no las registra en sus anales y bitácoras, o la registra de manera muy precaria, aunque hay excepciones como la de William Ospina Buitrago, historiador, ensayista, escritor, y poeta, que en su libro “La serpiente sin ojos” –que completa su trilogía de novelas históricas con “Ursúa” y “El país de la canela”– nos habla de doña Inés de Atienza. Dirá algún historiador que don Blas de Atienza llegó al Perú acompañando a don Francisco Pizarro, y que tan pronto vio a una princesa indígena, hermana del inca Atahualpa, se enamoró de ella engendrándole una hija (que tras de ser huérfana y viuda cayó en los amantes brazos de don Pedro de Ursúa). Eso es históricamente cierto, pero hay que dejar que sea el poeta William Ospina el que nos lo cuente con sus musicales palabras:
“… Al parecer don Blas estaba mejor hecho para el amor que para la guerra, porque el día en que entraron con Hernando de Soto en el refugio del rey inca en las montañas del Perú, mientras los otros soldados recorrían con ojos recelosos las largas filas de flecheros y de lanceros incas, él se quedó mirando desde su caballo el cerco de mujeres que envolvía como una flor al extraño rey al que estaba prohibido mirar y, entre todas ellas, vio sólo a una…”.
William Ospina lo leyó en las frías palabras de los historiadores, pero su condición de poeta le permite especular:
“No sé cómo se encontraron, pero me alegra saber que en medio de tantas escenas de sangre y de horror que abundaban en aquellos días, hubo también, más oculto a los ojos del mundo, un cuadro que no fue de violación ni de infamia, sino la secreta conquista de aquella muchacha por este soldado que la amó sólo con verla, y que comprendió en el abrazo que su larga demora en el istmo de Panamá no había sido una espera de tierras y crímenes sino del amor que le habían guardado las estrellas”.
Se ha dicho que los descubridores y conquistadores españoles se apoderaron de las mujeres indígenas, vejando el honor de los aborígenes, y uno se ha creído la historia sin cuestionar si el asunto tiene lógica o no. Habría que empezar por admitir que el concepto de dignidad monógama europeo y el de los indígenas americanos, al igual que el valor que ambas culturas concedían al metal oro, es diferente. Para ambos la virginidad no tenía el mismo sentido. ¿Nos hemos puesto a pensar en que es posible que las mujeres indígenas no fueran forzadas a tener relaciones con los hombres barbados, sino que se sintieran atraídas por el poder que emanaba desde sus cuerpos, desde sus voces, desde sus cabellos rubios y desde sus ojos claros? Esos son factores de conquista aún en la actualidad. Es posible que a los hombres indígenas les atrajera la idea de que sus mujeres conquistaran el amor de los poderosos extranjeros y las indujeran a ello y hasta se las ofrecieran como quien dice en bandeja de plata o en lecho de estera. Quizás no hubo allí reatos de conciencia ni luchas por el tesoro guardado.
http://m.abc.es/cultura/20140216/abci-amores-conquistadores-mestizaje-pizarro-201402152100.html
Podría creerse que la mujer española no acompañó al hombre en su aventura de conquista del Nuevo Mundo, puesto que se piensa que la Historia no registra que ellas hayan desempeñado un papel importante en esa tarea, pero sí hay huellas y registros que en su precariedad han permitido a la escritora española Eloísa Gómez-Lucena publicar su ensayo titulado Españolas del Nuevo Mundo.
Las valientes españolas que pusieron rumbo a América, artículo de Manuel de la Fuente para ABC.es, sobre el libro Españolas del Nuevo Mundo:
http://m.abc.es/cultura/20131123/abci-mujeres-espaniolas-descubrimiento-america-201311232200.html
Españolas del nuevo mundo, de Eloísa Gómez-Lucena, 38 biografías de mujeres que participaron en la conquista. Entrevista con la autora realizada por la periodista Elena Viñas para El imparcial.es:
http://www.elimparcial.es/contenido/130994.html
Pienso que este ensayo es interesante, y que valdrá la pena leer el libro de Eloísa Gómez-Lucena que seguramente es una invitación para que muchas otras historias salgan a la luz destacando el papel que las mujeres desempeñaron en esa gesta heroica del Descubrimiento, la Conquista y la Colonia de América; una época que fue cruel con los hombres de raza oscura, e injusta con las mujeres de todas las razas, pero que tal vez no fue conquistada con tanta violencia por parte del hombre blanco como se piensa. Por lo menos no, en cuanto al lecho se refiere.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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