lunes, 3 de marzo de 2014

28 Bandoneón, en vías de extinción

En tiempos de mi bohemia adolescente se adentraban en mi alma las notas de un tango que sacudía mis fibras más íntimas y, aunque el título no lo dice, ese tema tiene tres protagonistas: el hombre enamorado, la mujer que lo abandonó, y el bandoneón como confidente de sus penas (duró su amor lo que un suspiro; pero no sabrás de olvido, hermano bandoneón).

Ella me dio esta pena”, tango con letra de Manuel Enrique Ferradás Campos y música de Enrique Cantore, interpretado por Carlos Vidal con la orquesta de Domingo Federico:


MUERTE DEL BANDONEÓN

Las carracas, las flautas de caña, y los primeros instrumentos musicales se cargaron en la mano o, llegado el caso, se llevaron en el hombro cuando se inventó el arpa. No era más. Para cuando llegó la invención del órgano, supongo, los músicos tuvieron que ir hasta donde estuviera instalado para tocarlo, y los escuchas ir detrás de los músicos, para escucharlo. No nos metamos en cuentos de clavicémbalos y clavecines, pero pensemos en que después se inventaron los pianos. Un piano de cola debió ser en esos tiempos un instrumento portátil, comparado con los órganos emplazados en los coros de las catedrales. El violín debió ser una bendición para los músicos, por tratarse de un instrumento que podía llevarse en el maletero de los carruajes. El asunto evolucionó y alguien se inventó una especie de órgano portátil del que queda por ahí tal cual ejemplar en los museos: el armonio. Para tocar a Bach no era lo mismo, claro, un órgano de catedral que un armonio; pero éste lograba acompañar los cantos de iglesia mientras pasaba la función. Del armonio se pasó al acordeón, como un instrumento de teclado sencillo, botones para ser más precisos, que podía colgarse de los hombros. Era un buen avance de transportabilidad, que evolucionó hacia el bandoneón, un instrumento de botones tan portátil como el acordeón pero cuyo segundo teclado, más que acompañar, permitía tocar simultáneamente una segunda melodía en el lado izquierdo a la par con la que se tocaba en el derecho. Fue un gran avance, pero por cosas del destino y por culpa de marineros emigrantes, no fue en las iglesias de Alemania donde más se le apreció sino en los lejanos puertos del Río de la Plata, más cerca de la Patagonia que de Roma, por cuenta de que el tango lo adoptó como su instrumento preferido.

Hubo un luthier alemán de nombre Heinrich Steinweg, fabricante de pianos, que con sus hijos emigró a Nueva York y empezó a fabricar unos de cola que todavía se pelean los mejores músicos del mundo con el americanizado nombre de “Steinway & sons”. Hay que entender que para un músico que viaja de correría por el mundo cargar con su piano es un encarte, por lo que los japoneses de la Yamaha se inventaron un piano electrónico fácil de transportar, digamos que bajo el brazo. Los hay hasta silenciosos que pueden ser tocados para que el sonido salga sólo por los audífonos del ejecutante, lo que es útil para practicar a las 3 am. en un apartamento de ciudad sin molestar a los vecinos, avances que no se soñaban por los días en que Bach dibujaba notas en el pentagrama. Ya existen hasta baterías electrónicas silenciosas dotadas de tambores, y timbales, y platillos, para músicos que parecen estar haciendo mímica.

Así como Steinway se hizo el más prestigioso fabricante de pianos; Amati, Guarneri y Stradivarius se convirtieron en los más prestigiosos fabricantes de violines en la ciudad de Cremona (Italia). Un Stradivarius no se compra, como se dice, con palos de tabaco; y para un músico poseer un instrumento de esos se requiere más que dinero al punto de que hay algunos que son propiedad de universidades y museos que los entregan en comodato a concertistas muy destacados. Más de un genio del violín anda por ahí tocando con instrumento prestado al que le paga asiento de avión para que viaje cómodo y no permite que la mucama del hotel le pase el trapo sacudidor ni por el forro.

En la ciudad de Carlsfeld (Alemania) un luthier se hizo famoso fabricando bandoneones conocidos a la manera de los Alcohólicos Anónimos (A. A.) como los “doble A”, por las iniciales del fabricante: Alfred Arnold. La Segunda Guerra Mundial acabó con su negocio, y los últimos los fabricó hacia 1939 haciendo que el tiempo y el deterioro convirtieran los ejemplares existentes casi en piezas de museo y literalmente en piezas de colección. Para obtener alguno de esos, hay que estar atento a cuál bandoneonista prestigioso está por su edad a punto de pasar a la otra vida, y ponerse al pie de la viuda mientras elabora el duelo para convencerla de que venda el instrumento heredado. Muchas lo entregan a una casa de subastas y el bandoneón es rematado al mejor postor. Lástima que el mejor postor no se mide en términos de mejor ejecutor sino del que más dinero tiene para la puesta. Hay un médico cirujano en el Japón, cuyo nombre no pude obtener, que tiene una colección de más de 40 bandoneones clásicos que ha obtenido en una paciente labor con su chequera y con los marchantes que tiene encargados de hacerles seguimiento en todo el mundo. He oído decir que su colección es absolutamente privada, y que sólo él tiene acceso a las bodegas donde los guarda en estanterías; lo que equivale a poseer una colección de cuadros de Picasso guardados en la bóveda de algún banco. Un bandoneonista de la vieja guardia dice que él pensó que tales instrumentos desaparecerían del público hace más de veinte años, y que es un milagro que todavía se oigan algunos en los escenarios de presentación.

Perfil.com ha publicado un artículo acerca del bandoneón y de Oscar Fisher, un luthier reparador de bandoneones que tiene su taller en Buenos Aires (Argentina), 


Hace algunos años se filmaron varios documentales acerca de los viejos cantores del tango, los que van desapareciendo; de los viejos bailarines y maestros de academia, de los viejos bandoneonistas que van cediendo sus trastos a las nuevas generaciones de intérpretes del instrumento. Este documental, filmado en el 2003 bajo la dirección de Alejandro Saderman, se titula “El último bandoneón”; y tiene como protagonista a Rodolfo Mederos, que toca un instrumento que perteneció a Astor Piazzolla; y a Marina Gayotto, la joven aprendiz que a costa de mucho esfuerzo logra hacerse en una subasta a una de esas apreciadas joyas denominadas “Doble A”, con ayuda del Sr. Johei Taniguchi, un músico que lleva tantos años viviendo en Buenos Aires que dice que ya es más argentino que japonés. Un bandoneón de esos está tasado en alrededor de tres mil quinientos dólares, lo que equivale en este momento a más o menos $7´000.000 de pesos colombianos y es una suma que para cualquier aprendiz suena inalcanzable, y más si uno se pone a pensar en que a algunos han llegado a quitarles la vida en atracos por robarles unos tenis o un celular.

EL BANDONEÓN, COMO EL AVE FÉNIX, RESUCITA

Oí decir que los bandoneones no han dejado de fabricarse, sólo que los nuevos productos no suenan como los legendarios doble A, con excepción de tal cual luthier solitario que consigue fabricar alguno de buena calidad para su propio deleite, como es el caso de Emilio Sittner, un argentino de ancestros alemanes. 

Argentina es Tango, entrevista a Emilio Sittner:

Pero ahora ha resurgido la casa fabricante de Carlsfeld en Alemania bajo la dirección de Anja Rockstroh, y ha conseguido fabricar instrumentos de la misma altísima calidad de sus antecesores, lo que puede hacer de la posesión de alguno de los antiguos bandoneones una curiosidad de museo, pero el sonido que tales instrumentos emitían ya no será exclusivo de algunos pocos y podrá estar al alcance de muchos en la medida que las leyes de la oferta y la demanda los hagan bajar de precio, lo que seguramente estimulará el surgimiento de más y más intérpretes entre los músicos de nueva generación.
Fábrica de bandoneones”, entrevista en Música Argentina.com:

Hace unos años vi la serie de documentales sobre tango en el cineteatro del Centro Colombo Americano de Medellín, pero he encontrado el enlace que me permitió volver a ver la historia de Mederos y Gayotto con el entrañable instrumento.

El último bandoneón”, de Alejandro Saderman:


Luciano Leocata, bandoneón

He oído al bandoneonista antioqueño Marco Aurelio Quiroz Ochoa contar la anécdota de su visita en Buenos Aires (Argentina) al ya anciano bandoneonista Luciano Leocata Recúpero, que murió de 97 años pero en ese momento tenía 94. La esposa lo recibió amablemente, pero le pidió que esperara porque el maestro se encontraba en su sagrada práctica con el instrumento y no podía interrumpírsele. Cuando salió, pidió excusas al visitante porque “Tengo que practicar dos horas diarias con este instrumento a ver si algún día logro dominarlo”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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