viernes, 6 de junio de 2014

57. Salvo y Ñito nunca se encontraron (crónica 1)

SALVO Y ÑITO 
NUNCA SE ENCONTRARON

I crónica (de 5):
SALVO RUIZ, ENCUENTROS CON ÑITO

COPLAS Y TROVAS
Manuel Salvador “Salvo” Ruiz (1878-1961)
Edit. Bedout, 1980, 178 pgs.

En esta serie de crónicas aportaré información para sustentar la tesis del periodista E. Livardo Ospina Arias en el sentido de que “Ñito Restrepo y Salvo Ruiz nunca se encontraron”. En este capítulo transcribiré las afirmaciones de Salvo Ruiz, y de los amigos que le dieron crédito a su versión, de que ellos dos trovaron juntos, de que fueron muy amigos, y de que fueron los creadores de las denominadas coplas de la Virgen (cómo la Virgen pariendo doncella pudo quedar). En otros capítulos se desmontará la veracidad de estas afirmaciones.

Salvo Ruiz era mitómano. Le gustaba adornarse e inventar historias que él mismo se creía. Aparte de su autotestimonio sobre su encuentro con el Dr. Jorge Eliécer Gaitán, ¿qué otra constancia hay de que hubiera estado en el Club Unión de Medellín y de que se hubiera encontrado con el inmolado político? Está su autotestimonio, claro, y el de los periodistas que le dan crédito y lo repiten copiándose los unos a los otros hasta dar cumplimiento a la máxima goebbelsiana de que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad.

De las coplas y trovas de Salvo, pag. 27.

“Estuve en el Club Unión 
con varios republicanos 
y esos grandes personajes 
me trataban como hermano. 

Me tocó darle la mano 
a Jorge Eliécer Gaitán 
que para no desvirtuarme 
no me he querido lavar”.

En extenso artículo para el periódico El Espectador titulado “Ñito Restrepo y Salvo Ruiz nunca se encontraron”, escribió el periodista E. Livardo Ospina Arias acerca de que parece ser que Salvo nunca salió de Concordia y sus alrededores, y solamente vino a Medellín a tratamiento médico y huyéndole a la violencia después de 1948 cuando Gaitán ya había sido asesinado. No hay registros de ninguna otra visita de Salvo a Medellín. Aquí se quedó Salvo y aquí murió. En esta autobiografía Salvo le dedica a Ñito un capítulo “Cantares con Ñito” y seis páginas dando por hecho, como suele ocurrir con algunos difuntos, que ellos eran uña y mugre. No es, pues, el de Ñito el único mito del que da autotestimonio Salvo Ruiz.

De la pag. 96:

“En Titiribí Indalecio, 
Manuel Rodas y Alejandro, 
y Antonio José Restrepo, 
fiel compañero de Salvo”.

Empecemos por compartir mis anotaciones de lectura de un libro publicado por Manuel Salvador “Salvo” Ruiz con el título de “Coplas y trovas”, en el que destaco los testimonios del médico Jorge Franco Vélez situando la llegada de Salvo a Medellín por los días del 9 de abril de 1948 cuando fue asesinado en Bogotá el Dr. Jorge Eliécer Gaitán; del Dr. Jorge Montoya Toro afirmando que en la fonda de Emiliano Taborda en Otramina de Titiribí fue el encuentro de Ñito Restrepo con Salvo Ruiz; del testimonio de Pablo “León Zafir” Restrepo López replicando la narración que Salvo le hizo de ese encuentro; y de los testimonios en prosa o en copla del mismo Salvo sobre sus encuentros con Ñito, que sólo tienen un inconveniente esos encuentros narrados por Salvo y replicados por sus amigos: nunca ocurrieron. De que Salvo era bueno para adornarse, no nos quepan dudas; y de que inventaba mentiras y se las creía él mismo, tampoco quepan dudas.

Del prólogo del Dr. Jorge Franco Vélez a "Coplas y Trovas":

Cuando cursaba el bachillerato, a finales de la década del 30 y principios del 40, oí hablar de Salvo Ruiz como figura legendaria de la trova popular y máximo juglar de Antioquia la Grande. Los estudiantes de la época recitábamos de memoria la controvertida copla relativa a la virginidad de María, en la creencia de que el autor era un personaje del pasado; mientras él, campechano y alegre, se paseaba con el tiple al hombro, de tienda en tienda, por los campos de su Concordia nativa… Ejercía yo mi profesión médica desde 1948 en el barrio Belén de Medellín, y a partir de 1949 empezaron a llegar a este lugar de paz los exiliados a causa de la violencia política, provenientes la mayoría del suroeste del Departamento. La tarde de un sábado, lo recuerdo con claridad, un nueveabrileño muy simpático, de apellido Moyano, llevó a mi consultorio al famoso trovador Salvo Ruiz, también exiliado político, para que lo examinara y nos hiciéramos amigos, según era su deseo… De tiempo en tiempo visité a Salvo en los diversos lugares donde iba fijando su residencia, pues nunca tuvo casa propia: Bolívar con Lima, Barrio Colón, Barrio Caribe; bien en calidad de médico de sus dolencias, o bien para disfrutar, en unión de mi grupo de amigos artistas, de los prodigios de su ingenio…”.

Del prólogo del Dr. Jorge Montoya Toro (1921-1989):

En duelos de agilidad intelectiva y de perspicacia adivinadora batiéronse en un sin fin de escenarios los troveros famosos: Manuel Rodas e Indalecio Ortiz; Florentino Londoño y Vicentón González; Ñito Restrepo y Salvo Ruiz…”.

Nacido en Concordia, en un ámbito campesino que añoraría siempre, Salvo Ruiz devino, por circunstancias de la vida, a laborar en las minas titiribiseñas. Allí había de triunfar con su inteligencia prodigiosa de poeta sin academia, y también sería el instante crucial de su vida, al cruzarse en su camino ese otro portento del buen decir y de la malicia lírica que se llamó Antonio José Restrepo. En la fonda de Emiliano Taborda, en Otramina, fue el feliz acontecimiento que Salvo narra con sencillez en el plástico lenguaje del escritor folclórico”. 

De la entrevista que Pablo “León Zafir” Restrepo López, le hizo a Salvo Ruiz; citada por Montoya Toro:

…Una tarde supe que Ñito estaba bebiendo trago en Otramina, en la fonda de Emiliano Taborda, y allá me fui. Al poco rato de haber llegado oí cuando Ñito le dijo a Emiliano: "Bueno, hombre ¿Qué diablos se hicieron los trovadores buenos de aquí, que no los veo?" Taborda le contestó: “Esos gallos se han ido casi todos de por aquí, pero ahí tenemos un pollo que apenas está apuntando de espuela y ya ha ganado buenas riñas; véalo allí, es hijo de Elena Ruiz y el padre dicen que es Vicente González. ¿Por qué no lo capotea?” Ñito –continúa Salvo– me llamó entonces diciéndome: “¿Conque eres hijo nada menos que de Vicentón? Ven acá a ver qué fue lo que te enseñó tu padre”. Yo me acerqué nervioso, cogí el tiple que me ofrecieron, me zampé un aguardiente, y comenzamos a templar. Al momento Ñito me saludó con una copla que se me olvidó, yo le contesté, y comenzamos a trovar lo más sabroso de mi vida. Él me trataba con mucho cariño y consideración, aunque en algunas de las trovas, como por torearme, me decía: “pollo peletas”, con las “espuelas en botón”, “despicado”, “buche y pluma nada más”, y no sé qué otras cosas. Pero llegó un momento en que me quiso agallinar para toda la vida, y me soltó la copla esa tan conocida sobre la Virgen Santísima, y como yo le contesté como mi Dios me ayudó, rápidamente el gran gallo se levantó del taburete y me dijo abrazándome: “Siquiera te conocí, muchacho”.

Y sigue Montoya Toro:

...Y, a partir de ese momento, una entrañable camaradería unió a los dos troveros. Los caminos los vieron pasar; las fondas presenciaron sus duelos; las gentes de la comarca se hacían lenguas de tan singular pareja. En veces se zaherían mutuamente; en ocasiones se peleaban por una mujer del lugar, pero en la mayoría de los enfrentamientos una nota amistosa ponía punto final a ese “agarrón de dos tiples”, que dijera el mismo Salvo. Ya en el florido lenguaje de su verso trovístico, subrayará él mismo la perdurabilidad de esa unión entre dos inteligencias de disímil procedencia: la una cultivada en universidades y bibliotecas; la otra espontánea, como nacida que era en un medio sencillo de sensibilidad apenas campesina:

Si sin ir a los colegios 
los copleros me respetan; 
¡Qué tal que hubiera estudiado 
donde fueron los poetas!

Fui compañero de Ñito 
en Titiribí trovando 
y por repetidas veces 
me dijo: “Querido Salvo”.

Negro, si te vas conmigo 
pasamos la vida andando, 
te hago grande como yo, 
me decía casi llorando.

Y digo que no me fui 
por no dejar a mi madre, 
no me la podía llevar 
ni tenía qué dejarle.

...Con Ñito tuvo ocasionales enfrentamientos por culpa de las volubles hijas de Eva. Cuenta Salvo cómo hallándose en Bolombolo ocurrió lo siguiente: Frecuentaba el lugar con alguna asiduidad el doctor Antonio José Restrepo. Era acogido, como es natural, con respeto, cariño, y admiración; tanto por parte de los varones como de las mujeres. Entre éstas había una que particularmente interesaba al jurista cantor. Se llamaba María Jesús Castaño….

Y sigue el poeta Montoya Toro recreando la tan conocida escena de Ñito con la trova de “El cura manda en su iglesia, /el pastor en su rebaño, /y Antonio José Restrepo /en María Jesús Castaño”, pero en la que, dice Montoya Toro, “si hemos de atenernos a lo que nos dice Salvo” aparece también Salvo interviniendo para despertar los celos de Ñito.

Suena bonito. Lástima que no sea verdad. En las siguientes crónicas aportaré otras informaciones que sustentan la afirmación de E. Livardo Ospina Arias y desmienten a Salvo.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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