SALVO Y ÑITO
NUNCA SE ENCONTRARON
IV crónica (de 5):
El doctor Restrepo, que vivió muchas veces y por largos períodos en Europa en el pasado y el presente siglos, ya en el desempeño de cargos oficiales, ya en ejercicio de su profesión o por otros negocios; después de su último viaje allá como delegado a la Sociedad de las Naciones, nombrado por el presidente Abadía Méndez en 1927, no volvió a Colombia sino muerto, a fines del primer trimestre de 1933. Venido al mundo en Concordia en 1855, se trasladó al lado de su familia a Titiribí siendo adolescente, y de aquí vino a adelantar estudios secundarios a Medellín, de donde volvió a la segunda de aquellas poblaciones como maestro de escuela por corto tiempo, antes de seguir a Bogotá para cursar la carrera de abogado, y nunca más tornó al pueblo de las íes, aunque sí a Concordia en 1887 y sólo esta vez durante el resto de su vida. Para este año, Salvo Ruiz contaba apenas nueve años de edad, nacido allí el 15 de julio de 1878. El propio doctor Restrepo refiere así esta visita a su lugar natal: “…Ya para 1887, que estuve de visita en mi pueblo, me obsequiaron unos muchachos de mis antiguos conocidos con una cantata, pero sin la vihuela de los tiempos viejos y sin las coplas y tonadas que resonaban en los caneyes de la Botija y la Fotuta, y en el Rodeo del Zancudo. Me salieron con canciones de las que cantan los blancos con guitarras españolas, acompañándose mis felibres de aquel día con tiples guadueros encordados con alambres extranjeros. Se amoscaron cuando les hablé de las tonadas antiguas, cuyos nombres dijeron que ignoraban. Eran dos zambitos afuereños del puro plan de Envigado y se creían traídos a menos si cantaban tonadas vulgares. Por fortuna a poco aparecieron unos trovadores de la escuela de Indalecio Ortiz y Vicentón armados de unas vihuelas barrigonas que retumbaban como atambores…”.
Véngase ahora a la célebre y mal llamada copla de la Concepción, pues a lo que alude es al parto virginal de María; copla que se atribuye a Ruiz en un duelo de trovas con el doctor Restrepo cuya intervención, tratándose de un poeta formal que dominaba los secretos del metro y de la rima, es literariamente pobre en este caso. Menos mal que la supuesta parte del doctor Restrepo es una cuarteta octosílaba, forma clásica de la copla popular, al paso que la también supuesta de Ruiz es una sextilla extraña al género. Genial dicen en Antioquia del símil de Astete, uno de los más hermosos de nuestra lengua, y de cualquiera, que tiene ingenio y gracia sin disputa. Este cronista, E. Livardo Ospina, oyó cantar la copla por primera vez en un chispero de Zaragoza, la ciudad fundada por Rodas a orillas del Nechí. Era el año de 1933 y el cantor decía así:
E. LIVARDO OSPINA ARIAS
PARA EL MAGAZINE DOMINICAL
DE EL ESPECTADOR
Ñito Restrepo y Salvo Ruiz nunca se encontraron
E. Livardo Ospina
Magazine dominical El Espectador
Enero 30 de 1983
ÑITO RESTREPO Y SALVO RUIZ
NUNCA SE ENCONTRARON
Una polémica folclórica
(Por E. Livardo Ospina Arias para el Magazine Dominical de El Espectador, domingo 30 de enero de 1983, página 5)
En varias ocasiones ha sostenido este cronista, creyendo haberlo probado, que el trovador Salvo Ruiz, de Concordia, no tuvo trato de ninguna clase con el doctor Antonio José Restrepo, hijo ilustre de esa misma población, y seguramente no se conocieron siquiera. En torno a Ruiz se ha tejido una leyenda ingenua, que el sentimiento regionalista cultiva y alimenta. Un poco más de treinta años atrás la originaron escritos de los poetas Pablo Restrepo López (León Zafir) y Ernesto González (El Vate); al trasladar Ruiz a Medellín, y aquí fijarla, su de ordinario vagabunda residencia en el suroeste antioqueño; escritos que, deliberada y un tanto piadosamente falsos, presentaron en los periódicos El Diario y La Defensa, de que eran redactores, al que llamaron “El último juglar”; título que, cómplice a su turno aunque más respetuoso de la verdad y con mayor vergüenza literaria, le puso Arturo Escobar Uribe a un librito con la biografía y algunos versos de Ruiz. Escobar Uribe, bueno e ilustrado folclorista además, comparte hasta cierto punto la atrás dicha opinión de este cronista, con que coincide también otro autorizado estudioso de estos asuntos, Juan Roca Lemus. Personas devotas de las tradiciones regionales, cuando no apasionadas, han mirado mal esto y en cuanto se les presenta ocasión echan a volar su protesta, como estos días el señor Carlos White Arango, quien merece estima y respeto, no así sus errores históricos ni sus afirmaciones arbitrarias, cual la de que hacia 1930 el doctor Restrepo, a la sazón establecido en Suiza, “hizo una venida a Antioquia y visitó su solar nativo de Concordia y también a Titiribí, donde visitó a Salvo Ruiz”.
El doctor Restrepo, que vivió muchas veces y por largos períodos en Europa en el pasado y el presente siglos, ya en el desempeño de cargos oficiales, ya en ejercicio de su profesión o por otros negocios; después de su último viaje allá como delegado a la Sociedad de las Naciones, nombrado por el presidente Abadía Méndez en 1927, no volvió a Colombia sino muerto, a fines del primer trimestre de 1933. Venido al mundo en Concordia en 1855, se trasladó al lado de su familia a Titiribí siendo adolescente, y de aquí vino a adelantar estudios secundarios a Medellín, de donde volvió a la segunda de aquellas poblaciones como maestro de escuela por corto tiempo, antes de seguir a Bogotá para cursar la carrera de abogado, y nunca más tornó al pueblo de las íes, aunque sí a Concordia en 1887 y sólo esta vez durante el resto de su vida. Para este año, Salvo Ruiz contaba apenas nueve años de edad, nacido allí el 15 de julio de 1878. El propio doctor Restrepo refiere así esta visita a su lugar natal: “…Ya para 1887, que estuve de visita en mi pueblo, me obsequiaron unos muchachos de mis antiguos conocidos con una cantata, pero sin la vihuela de los tiempos viejos y sin las coplas y tonadas que resonaban en los caneyes de la Botija y la Fotuta, y en el Rodeo del Zancudo. Me salieron con canciones de las que cantan los blancos con guitarras españolas, acompañándose mis felibres de aquel día con tiples guadueros encordados con alambres extranjeros. Se amoscaron cuando les hablé de las tonadas antiguas, cuyos nombres dijeron que ignoraban. Eran dos zambitos afuereños del puro plan de Envigado y se creían traídos a menos si cantaban tonadas vulgares. Por fortuna a poco aparecieron unos trovadores de la escuela de Indalecio Ortiz y Vicentón armados de unas vihuelas barrigonas que retumbaban como atambores…”.
En Medellín el doctor Restrepo vivió, tanto en sus días de estudiante de bachillerato como después de concluido éste, y también cuando terminó su carrera en Bogotá de donde vino para desempeñar puestos públicos y redactar periódicos; y por vía de distintos negocios o por motivos políticos y familiares, otros aparte, volvió repetidamente en varias épocas, pero Ruiz no podía conocerlo entonces pues según propias declaraciones suyas a los periodistas Zafir y González, que las publicaron, no alcanzó a conocer esta ciudad sino al promediar el presente siglo; fuera de no ser verosímil que se relacionara con el doctor Restrepo, que pertenecía a un mundo muy diferente. Llama acentuadamente la atención, además, que éste no lo mencione nunca en “El Cancionero de Antioquia” en que cita a todos los trovadores que trató o de cuya existencia supo en estas partes. Él comenzó a poner en limpio su colección de coplas en Europa en 1884, para publicarla bajo su propia dirección en Barcelona en 1927 (no en 1929), después de agregar otras muchas durante los descansos de sus faenas agrícolas en el Tolima y Caldas, donde empezó a abrir haciendas al apartarse desengañado de Núñez y conspirar contra el regenerador en 1885. Allí vivía siempre en los intermedios de su actividad profesional, política, diplomática, parlamentaria, y hasta de agente revolucionario en la guerra civil de los Mil Días.
Véngase ahora a la célebre y mal llamada copla de la Concepción, pues a lo que alude es al parto virginal de María; copla que se atribuye a Ruiz en un duelo de trovas con el doctor Restrepo cuya intervención, tratándose de un poeta formal que dominaba los secretos del metro y de la rima, es literariamente pobre en este caso. Menos mal que la supuesta parte del doctor Restrepo es una cuarteta octosílaba, forma clásica de la copla popular, al paso que la también supuesta de Ruiz es una sextilla extraña al género. Genial dicen en Antioquia del símil de Astete, uno de los más hermosos de nuestra lengua, y de cualquiera, que tiene ingenio y gracia sin disputa. Este cronista, E. Livardo Ospina, oyó cantar la copla por primera vez en un chispero de Zaragoza, la ciudad fundada por Rodas a orillas del Nechí. Era el año de 1933 y el cantor decía así:
“Como agua herida de piedra,
que abre y se vuelve a cerrar,
doncella la Virgen madre,
pariendo pudo quedar”.
León Zafir, nacido y criado en Anorí, por allí cerca, sin duda había oído también la copla, que no es de la entraña popular; y mutando el texto original, para infundirle este acento, se la atribuyó después a Ruiz para ilustrar la leyenda. Ciro Mendía, autor de un estudio sobre la poesía popular contemporánea del cancionero del doctor Restrepo la reputaba como española, andaluza tal vez, aquí traída por los conquistadores y colonizadores como tantas otras que andan en bocas anónimas pues, como apunta el mismo doctor Restrepo, “brota la poesía popular de todas partes y no sale de ninguna, la oímos dondequiera y aprendemos sus versos y tonadas… pero ignoramos el desconocido autor de esos cantares, no recordamos con precisión quién nos los transmitiera ni dónde por primera vez los escuchamos. Nadie lo sabe. Sería preciso, para descifrarlo, remover todo el suelo de España y América donde estas coplas se han cantado quién sabe cuantos años ha”. Y refiere cómo unos versos, que de niño oyó cantar cien veces en Antioquia, volvió a oírlos entonar a un chiquillo en Madrid, tiempo andando.
Este cronista trató por primera vez a Ruiz en la plaza de Salgar en 1945, en el curso de una campaña política, y volvió a encontrarlo varias veces adelante en El Diario del que era redactor en jefe el cronista, que por ello da fe a las críticas de Zafir y de González que revisó, por razón de su oficio, antes de darlas a la estampa. En la ocasión señalada en Salgar acompañaba al cronista el doctor Eduardo Fernández Botero quien dijo para Ruiz, para que el trovador la notara en su tiple, una copla aprendida de labios de algún minero en su nativa Amalfi, y algunas horas después el trovador la cantaba con voz aguardientosa en la “Fonda de Remedios”, en las partidas de Andes y Bolívar. Ruiz no se la apropió por su cuenta, pero Zafir y González se la endosaron graciosamente. Es aquella de corte filosófico que desde entonces anda como de él, e igualmente en boca de los que repiten sus jácaras.
“Vale más no recordar
los tiempos que ya se han ido.
Ser, para dejar de ser,
era mejor no haber sido”.
Ciertamente, “Ser, para dejar de ser, era mejor no haber sido”. Con todo Salvo Ruiz, como trovador menor, tiene un lugar en el folclor antioqueño que no gana, como tampoco aquél, con estas tergiversaciones.
Enero 30 de 1983, MAGAZINE DOMINICAL, página 5
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Resumiendo lo dicho por E. Livardo Ospina Arias, Ñito Restrepo y Salvo Ruiz nunca se encontraron, y las trovas de la Virgen tampoco son suyas… así Salvo en su autobiografía indique lo contrario, lo que me reafirma en el hecho de que a veces uno no puede creer ni siquiera en el testimonio del que se presenta como protagonista.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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