SALVO Y ÑITO
NUNCA SE ENCONTRARON
III crónica (de 5):
EL CANCIONERO DE ANTIOQUIA (ÑITO RESTREPO)
EL CANCIONERO DE ANTIOQUIA
Antonio José “Ñito” Restrepo Trujillo (1855-1933)
Edit. Bedout, 1971, 415 pgs. 5ª edición colección Bolsilibros, volumen 100. (Terminado de escribir en 1926, 1ª edición publicada por él en España en 1927, más apéndice adicionado para la primera edición con glosas al libro “En torno a la poesía popular” publicado en el mismo año por Ciro Mendía –1892-1979).
En esta serie de crónicas iré aportando información para sustentar la afirmación del periodista E. Livardo Ospina Arias en el sentido de que Ñito Restrepo y Salvo Ruiz nunca se encontraron, y que las trovas de la Virgen a ellos atribuidas no son de ellos.
1 Del texto, escrito en 1898, “A modo de semblanza del autor”, primer prólogo de Juan de Dios “El indio” Uribe Restrepo (1859-1900):
Conocí a Antonio José Restrepo en 1877, cuando la entrada del general Julián Trujillo a Medellín con el ejército vencedor en Manizales y sus inmediaciones, el 5 de abril de aquel año… de ese tiempo viene mi amistad con Antonio José, que nada ha turbado en tantos años y que es hoy uno de los escasos atractivos de mi vida desencantada y triste… bien presente tengo la ocasión: `Era una noche de aquellas /noches de la patria mía, /que bien pudieran ser día /donde no hay noches como ellas´, cual dice Rafael Pombo… en enero de 1897 se encontró Antonio José en Londres… cargó su memoria con tal avío de versos populares en sus primeros años, que en 1884 quiso trasladarlos al papel en Europa, por matar el tiempo, y me envió dos tomos de doscientas páginas cada uno, por lo menos, de Versos populares de Suroeste y Cauca… la familia de Antonio José se trasladó a Titiribí, en cuyo circuito está la famosa mina del Zancudo, a la que fue el joven Restrepo a trabajar como jornalero o poco más, cuando los malos negocios dieron al traste con la fortuna paterna que don Indalecio trataba de rehacer ahora en el foro, vencido en otras lides… el novel minero quien pudo ayudarse, así mismo, para concurrir al colegio dirigido en Titiribí por don Mario Escobar; de manera que bregaba en la mina cinco o seis meses para acorrerse igual tiempo en los estudios… a este período de su vida corresponde el diseño de su gusto literario y de su criterio filosófico, en obras de castellano jugoso como La Celestina, El romancero, Calderón, Cervantes, Quevedo…Voltaire, Rousseau… y otros… Era cosa de hechicería ver aquel mozo leyendo sus infolios a la luz de un candil, sentado sobre montones de cuarzo, en una galería fantástica de piedras resplandecientes, con el golpe de las piquetas, el galope de las ruedas, el canto de los mineros… .
2 Del discurso académico, escrito en Bogotá en 1911, “De la poesía popular en Colombia”, segundo prólogo del Dr. Antonio José Restrepo:
… de verso americano, nacionalizado por acá, que yo escuché la primera vez de boca de un negro zahorí en los socavones de la mina del Zancudo, y que luego he oído en todos los rincones de esta tierra adonde he llevado mi inquieta fantasía de ver y de admirar. Puedo poner como ejemplo esta cuarteta que dijérase robada al numen de Pedro Calderón de la Barca o Pedro A. de Alarcón: `Precipitado me siento /a aborrecer la que adoro, /pero al mismo instante lloro /mi propio aborrecimiento´ ¿Dónde nació esta estrofa, quién la trajo a nuestro suelo y la llevó a los minerales de Titiribí, lo mismo que a Zaragoza, a Pasto, y a Casanare? –El pueblo, el gran poeta anónimo– es la única respuesta que me atrevo a presentar. Sé que esa redondilla no es colombiana porque años después, en 1881, siendo yo periodista en Medellín y estando en la dirección de la imprenta oficial hojeando los canjes recién llegados del exterior… cuántos recuerdos no evocaría yo al conjuro de aquella glosa enamorada que ñor Pedro Díaz me recitaba entre golpe y golpe del martillo, al fulgor más que dudoso de una lámpara Davy que nos libraba del grisou y nos consolaba en aquellas profundidades… yo vi bailar el joropo y escuché sus trovas en San Martín, primero, y luego en Valencia y otros lugares de Venezuela….
3 Del texto “Conviene saber” que contiene datos autobiográficos del Dr. Antonio José Restrepo y es el tercer prólogo; escrito en la finca “Andorra” de La Victoria, Caldas, en diciembre de 1926. Esta finca era de su propiedad en sociedad con su hermano Benicio "Tigre" Retrepo Trujillo. El apodo de Tigre, por ser caratejo:
Cuando los ojos abrí a la luz de la razón, como reza la copla que se verá más adelante, era yo en Concordia uno de los muchachitos menos aficionados a ir a la escuela, a frecuentar la iglesita del pueblo, ni arrodillarme a oír misa… prefiriendo hacer novillos, o capar, como allá decíamos, que si no es tan pulcro parece que expresa la misma operación… uno de esos sucesos de mi vida fue mi mudanza a Titiribí, río Cauca por medio, cinco leguas de viaje mitad bajando al río y mitad subiendo al otro picacho en que se agarra este pueblo… Concordia es netamente agricultora; Titiribí, minero… como al pasar yo a estudiar a un famoso colegio en el pueblo de las íes no mejoré de conducta sino que empeoré lastimosamente, pues me remonté a los socavones de una mina donde trabajé como simple jornalero… mi padre, que me había dado rienda suelta por ver si volvía de mi propio querer al buen camino… me dijo… `Antonio, ¿quieres irte a estudiar a la universidad en Medellín?´ … Ya para 1887, que estuve de visita en mi pueblo, me obsequiaron unos muchachos de mis antiguos conocidos con una cantata, pero sin la vihuela de los tiempos viejos y sin las coplas y tonadas que resonaban en los caneyes de la Botija y la Fotuta, y en el Rodeo del Zancudo. Me salieron con canciones de las que cantan los blancos con guitarras españolas, acompañándose mis felibres de aquel día con tiples guadueros encordados con alambres extranjeros. Se amoscaron cuando les hablé de las tonadas antiguas, cuyos nombres dijeron que ignoraban. Eran dos zambitos afuereños del puro plan de Envigado y se creían traídos a menos si cantaban tonadas vulgares. Por fortuna a poco aparecieron unos trovadores de la escuela de Indalecio Ortiz y Vicentón armados de unas vihuelas barrigonas que retumbaban como atambores… Sampayo, Martín López, Trinidad Rodelo, cantores de la tierra abajo, vertientes al Magdalena; Indalecio Ortiz, Vicente González alias Vicentón, Pastor Correa muerto en agraz de un mal hecho, Milagros Cachón que llevó vihuela a Quibdo y produjo sensación; Juan Yepes y tantos otros que la tierra callada se ha tragado, merecen este recuerdo baladí que les consagro agradecido, no pudiendo erigirles un monumento cenotáfico al cantor desconocido….
4 Del texto central “El cancionero de Antioquia”:
…Y como a este (al) hijo de sus padres le ha gustado siempre hallarse junto a gente de valer. Se arrima aquí con la coplita suya que corre por ahí como sola y desvalida, y que él le improvisó a una linda con quien paseaba, en sus mocedades, por los alcores que rodean a Medellín, al presentarle ella una abierta rosa entre cuyos pétalos brillaba como un diamante una gota de rocío: `Hay una imagen querida / que guarda mi corazón, / como la gota escondida / en el cáliz de una flor´…
5 Del “Apéndice necesario”, por Ñito Restrepo:
Ya en prensa este libro, nos llega, remitido de Medellín, un librito muy interesante intitulado `En torno a la poesía popular´ de que es autor el reputado poeta antioqueño don Ciro Mendía. Es una rápida ojeada a la poesía popular aquí en España, allá en Antioquia, en Colombia toda, en Méjico, en Venezuela, en Cuba, y en la Argentina. Con satisfacción hemos visto, por las muestras que trae el libro del señor Mendía, que la compilación que ahora ofrecemos al público resiste vencedora la confrontación con todas esas otras literaturas populares. Hemos encontrado allí, como era casi seguro que sucediera, varias de las estrofas que tenemos impresas, lo que nos da ocasión de fijar nuestra versión como la original, en unos casos, y de rectificar algún concepto del señor Mendía, que no puede sostenerse, dándole antes muy rendidas gracias por las siguientes frases que nos dedica amablemente, y que se refieren al discurso aquí reproducido… En cierta página que se nos extravió, y que ahora encontramos a pelo, marcamos esta diferencia si ella no aparece ya perfectamente establecida en estas notas y comentos. Hela aquí:
“Cuando yo tuve uso de razón, como dice Astete, y comencé a darme cuenta de las cosas, a gustar del canto y de la música, por allá en medio de la guerra civil de 1860-1864, en mi glorioso pueblo de Concordia…”.
Antes de terminar este Apéndice, queremos dar las gracias a nuestro hermano político don Carlos Enrique López, por el envío del libro del señor Mendía; y a este distinguido joven por su excelente trabajo en pro de las letras antioqueñas, que sin duda seguirá ampliando hasta que logremos, entre todos, agotar este filón y presentar completa toda esta floresta popular. A los jóvenes como él y tantos otros espíritus curiosos y amantes de las glorias regionales queda encomendada esta simpática labor. Nosotros no hemos hecho sino desflorarla y quizá afearla con nuestras notas y comentos. Otros mejor preparados deben enmendarnos la plana y proseguir la acumulación de materiales. Nosotros ya no somos accesibles a los estímulos de la vanidad literaria, ni jamás lo fuimos, ni queremos tampoco, ni lo necesitamos, captarnos la alabanza de ningún círculo o pandilla…”. (Barcelona, octubre 15 de 1927).
(HASTA AQUÍ LAS NOTAS TOMADAS DE “EL CANCIONERO DE ANTIOQUIA”)
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En lo anterior podemos ver que Ñito conoció a Vicentón González el padre biológico de Salvo, y que trovó con él; que hace mención de Vicentón y de otros que trovaron con él, pero no de Salvo, lo que no tendría sentido si lo hubiera hecho y si además ambos fueran autores como Salvo dice de las afamadas Trovas de la Virgen; que no eran frecuentes las idas de Ñito a Titiribí y Concordia, y sólo menciona esa de 1887 en la que fue obsequiado “con una cantata”, momento para el cual Salvo solamente tenía 9 años y hubiera sido un verdadero fenómeno digno de la mención de Ñito que, por otra parte no escatimaba elogios para las personas que se cruzaban en su camino y lo merecían, como se puede ver en el siguiente artículo.
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Tomado de El corazón del poeta, por Enrique Santos Molano. IV parte, cap. 1, La Torre de Marfil:
José Asunción Silva y Antonio José Restrepo —Ñito— vivían en Chapinero y solían hacer juntos los viajes de ida y de vuelta en el tranvía de mulas que recorría la ruta penosa de la Plaza de Bolívar a la Iglesia de Lourdes, en construcción.
Guardo los más gratos recuerdos de José Asunción Silva —cuenta Ñito— Lo conocí y lo traté íntimamente siendo él casi un niño. Ya rimaba sus magníficas estrofas, pero todavía no se animaba a publicarlas. Vivíamos ambos en Chapinero y casi todas las tardes tomábamos juntos el tranvía que nos llevaba al barrio encantador, y allí, apagada su voz —de suavidad y melodía inimitables— por el ruido y confusión de los otros pasajeros, me confiaba sus versos de adolescente, que se abría a la vida lleno de ilusiones y esperanzas, sabiendo que mi juicio era para él, si no ilustrado y competente, sincero y al menos leal. Eran los días tristes de la guerra civil que acababa de pasar. Yo le recitaba también sonetos de una colección, que él había calificado de “acres”, contra gentes y cosas de las que pasaban por el escenario político, que José me hacía el favor de admirar, pero cuya pasión fogosa él no compartía porque su alma de verdadero poeta se movía muy lejos del ámbito de la deidad macabra que todo lo emponzoña en estas latitudes. (“José Asunción Silva”, por Antonio José “Ñito” Restrepo en Gil Blas, nov. 2 de 1916, pag. 1).
Como podemos ver no está sustentado que Ñito se hubiera encontrado con Salvo en el siglo XIX, y para el siglo XX fue más el tiempo que permaneció en Europa hasta su muerte en el año de 1933.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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