viernes, 7 de febrero de 2014

18 Gafas LP

Les conté que hace poco hubo una reunión en la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia, donde pasaron una video entrevista hecha a varios coleccionistas de música, de aquellos que hacen de la compra y posesión de discos raros una inapreciable actividad de toda la vida. Su mundo son las estanterías llenas de discos, guardados y clasificados de tal manera que son capaces de encontrar lo que sea en par voleones.



Siempre creí que los viejos discos de 78 rpm (revoluciones por minuto) estaban hechos de baquelita, y que los de 33.1/3 rpm eran de acetato. Falso. No es así, no hay tal acetato sino vinilo en la materia prima que los compone, y hasta algodón, cera, y negro de humo, pero nada de acetato. Esos discos tienen un número de catálogo, sobre el que Lori Spencer da una explicación:


En los días de mi pubertad recuerdo a don Gustavo Giraldo Cardona, el primer técnico de sonido que tuvo la Voz de Antioquia, a quien su amigo Hernán Restrepo Duque regalaba una muestra de cortesía de cada long play que era prensado en los catálogos de Sonolux y de RCA Víctor que don Hernán seleccionaba para Colombia y don Gustavo olivettiaba cuidadosamente en las hojas de un fólder. Con los años esa colección se volvió importante en cantidad y en contenido, y a la muerte de don Gustavo regresó a manos de su compadre Hernán. Cuando don Hernán murió, su viuda hizo arreglos con la Casa de la Cultura Rafael Uribe Uribe, donde es parte importante de la fonoteca que lleva el nombre de don Hernán. De la primera etapa, sé que faltan por lo menos 60 long plays que Gustavo Jr. sacaba para vender en las prenderías y tener con qué invitar a cine a mi primo Chepe y dos o tres más de la barra de muchachos. Muchos discos de esos se convirtieron en tardes de película. Los discos de esta colección –me dicen que algunos ejemplares raros han cambiado de manos por arte de birlibirloque– están a disposición de unos pocos afortunados a quienes se autoriza su acceso, pues deben preservarse del deterioro. Creo que han tratado de digitalizar esas grabaciones, pero no sé si lo hayan logrado por el alto costo y lo dispendioso de dicho trabajo. Hay otro inconveniente: esos discos no pueden dejarse oír del público porque los administradores incurrirían en el pago de derechos de autor que no sé si llegan a manos de los intérpretes y compositores, pero por lo menos se sabe que llegan a manos de los recaudadores de Sayco y Acimpro que no permiten que otros los pirateen.

Hace un tiempo me encontré con la falta de espacio en mi apartamento porque mis libros y discos estaban invadiendo las estanterías que mi mujer necesita para guardar las sábanas y los juegos de cama. Por otra parte, mis hijos adquirieron un equipo de sonido de última generación que ocupa muy poco espacio y tiene un sonido impecable, al que se le puede conectar una USB con capacidad para grabar no sé cuántos cientos o miles de canciones sin necesidad de estar sacando el long play del estuche, ponerlo en el tornamesa, descargar con cuidado la aguja, oír la canción que uno quiere escuchar, desandar el camino y sacar hasta el cansancio otro, y otro, y otro, y otro. Nada de eso. Hice, pues, una selección y me quedé con los LP más apreciados. Separé aquellos que uno va adquiriendo y que con los años ya no tienen tanta importancia, como decir los 14 cañonazos bailables de algún año, o el del dueto de Pedro y Juan los dos amigos que alguna vez le dieron serenata a la abuelita. Llené una caja con éstos, y me la llevé para un almacén donde venden discos de segunda en la calle Colombia con la carrera El Palo, diagonal al Club Medellín. “¿Cuánto me dan por estos discos?”, pregunté a la dependiente que me atendió. “El patrón no está, y él es el que compra”, me respondió. “Ofrézcame algo, para no tener que llevármelos. Ofrézcame cualquier cosa”. Me miró ya a punto de exasperarse y me dijo: “No puedo ofrecerle nada, porque me regañan, no puedo ofrecerle ni cinco pesos”. Me exasperé y le dije: “Quédese con ellos que a usted le sirven más que a mí. Se los regalo”. Los discos viejos, definitivamente, ni regalados se los reciben a uno.



Los hermanos Zack y Zoltan Tipton de Budapest (Hungría) son unos empresarios exitosos que diseñan gafas personalizadas con monturas de alto precio, para personalidades de la farándula y el Jet Set, entre quienes se encuentra el cantante británico Sir Elton John; utilizando como material prensado al troquel viejos discos long play que recogen en los depósitos de reciclaje. Es entendible que sus vinilos no son piezas de colección sino material desechado y no apreciado, bien sea por su contenido, o porque con el tiempo se llenó de rayones:




Como dicen los físicos, la materia no se destruye sino que se transforma… en gafas y en dinero; y de acuerdo con el viejo dicho “la plata está hecha, lo que hay es que buscarla”.

Cuando ya creíamos que los discos de vinilo habían desaparecido, resulta que se están poniendo otra vez de moda, según se desprende de esta noticia publicada en el periódico El Espectador.com:


Larga vida, pues, para la vinilmanía musical.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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