Les conté que hace poco hubo una reunión en la
Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia, donde pasaron una video
entrevista hecha a varios coleccionistas de música, de aquellos que hacen de la
compra y posesión de discos raros una inapreciable actividad de toda la vida.
Su mundo son las estanterías llenas de discos, guardados y clasificados de tal
manera que son capaces de encontrar lo que sea en par voleones.
Siempre creí que los viejos discos de 78 rpm (revoluciones
por minuto) estaban hechos de baquelita, y que los de 33.1/3 rpm eran de
acetato. Falso. No es así, no hay
tal acetato sino vinilo en la materia prima que los compone, y hasta algodón,
cera, y negro de humo, pero nada de acetato. Esos discos tienen un número de catálogo, sobre el
que Lori Spencer da una explicación:
En los días de mi pubertad recuerdo a don Gustavo
Giraldo Cardona, el primer técnico de sonido que tuvo la Voz de Antioquia, a
quien su amigo Hernán Restrepo Duque regalaba una muestra de cortesía de cada
long play que era prensado en los catálogos de Sonolux y de RCA Víctor que don
Hernán seleccionaba para Colombia y don Gustavo olivettiaba cuidadosamente en
las hojas de un fólder. Con los años esa colección se volvió importante en
cantidad y en contenido, y a la muerte de don Gustavo regresó a manos de su
compadre Hernán. Cuando don Hernán murió, su viuda hizo arreglos con la Casa de
la Cultura Rafael Uribe Uribe, donde es parte importante de la fonoteca que
lleva el nombre de don Hernán. De la primera etapa, sé que faltan por lo menos
60 long plays que Gustavo Jr. sacaba para vender en las prenderías y tener con
qué invitar a cine a mi primo Chepe y dos o tres más de la barra de muchachos.
Muchos discos de esos se convirtieron en tardes de película. Los discos de esta
colección –me dicen que algunos ejemplares raros han cambiado de manos por arte
de birlibirloque– están a disposición de unos pocos afortunados a quienes se
autoriza su acceso, pues deben preservarse del deterioro. Creo que han tratado
de digitalizar esas grabaciones, pero no sé si lo hayan logrado por el alto
costo y lo dispendioso de dicho trabajo. Hay otro inconveniente: esos discos no
pueden dejarse oír del público porque los administradores incurrirían en el
pago de derechos de autor que no sé si llegan a manos de los intérpretes y
compositores, pero por lo menos se sabe que llegan a manos de los recaudadores
de Sayco y Acimpro que no permiten que otros los pirateen.
Hace un tiempo me encontré con la falta de espacio
en mi apartamento porque mis libros y discos estaban invadiendo las estanterías
que mi mujer necesita para guardar las sábanas y los juegos de cama. Por otra
parte, mis hijos adquirieron un equipo de sonido de última generación que ocupa
muy poco espacio y tiene un sonido impecable, al que se le puede conectar una
USB con capacidad para grabar no sé cuántos cientos o miles de canciones sin
necesidad de estar sacando el long play del estuche, ponerlo en el tornamesa,
descargar con cuidado la aguja, oír la canción que uno quiere escuchar,
desandar el camino y sacar hasta el cansancio otro, y otro, y otro, y otro.
Nada de eso. Hice, pues, una selección y me quedé con los LP más apreciados. Separé
aquellos que uno va adquiriendo y que con los años ya no tienen tanta
importancia, como decir los 14 cañonazos bailables de algún año, o el del dueto
de Pedro y Juan los dos amigos que alguna vez le dieron serenata a la abuelita.
Llené una caja con éstos, y me la llevé para un almacén donde venden discos de
segunda en la calle Colombia con la carrera El Palo, diagonal al Club Medellín.
“¿Cuánto me dan por estos discos?”,
pregunté a la dependiente que me atendió. “El
patrón no está, y él es el que compra”, me respondió. “Ofrézcame algo, para no tener que llevármelos. Ofrézcame cualquier cosa”.
Me miró ya a punto de exasperarse y me dijo: “No puedo ofrecerle nada, porque me regañan, no puedo ofrecerle ni cinco
pesos”. Me exasperé y le dije: “Quédese
con ellos que a usted le sirven más que a mí. Se los regalo”. Los discos
viejos, definitivamente, ni regalados se los reciben a uno.
Los hermanos Zack y Zoltan Tipton de Budapest
(Hungría) son unos empresarios exitosos que diseñan gafas personalizadas con
monturas de alto precio, para personalidades de la farándula y el Jet Set,
entre quienes se encuentra el cantante británico Sir Elton John; utilizando
como material prensado al troquel viejos discos long play que recogen en los
depósitos de reciclaje. Es entendible que sus vinilos no son piezas de
colección sino material desechado y no apreciado, bien sea por su contenido, o
porque con el tiempo se llenó de rayones:
Como dicen los físicos, la materia no se destruye
sino que se transforma… en gafas y en dinero; y de acuerdo con el viejo dicho “la plata está hecha, lo que hay es que
buscarla”.
Cuando ya creíamos que los discos de vinilo habían
desaparecido, resulta que se están poniendo otra vez de moda, según se
desprende de esta noticia publicada en el periódico El Espectador.com:
Larga vida, pues, para la vinilmanía musical.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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